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uniclorol

14 mai 2010

los chicos se ponen pendientes

Ajo y agua [y resina].

A la problemática anterior se suma nuestra costumbre de criticar las ideas de los demás, se puede decir, por el sólo hecho de criticar y sin un análisis realmente objetivo. Casi nunca tenemos la actitud de ser positivos con la idea contraria, salvo que sea nuestra o de nuestro jefe o superior. Además, en muchas ocasiones opinamos con el corazón y nos dejamos llevar por nuestros sentimientos y lo peor de esto es que ni cuenta nos damos cuando nos dejamos envolver por las emociones, pues juramos que somos totalmente objetivos. Son estos aspectos los que limitan la efectividad de la reunión, no se llega a resultados adecuados y no sabemos por qué sucede y hasta lo tomamos como parte de una comunicación normal, aunque estos problemas la limiten mucho. Sócrates, por su origen, pertenece al más bajo pueblo: Sócrates fue un plebeyo. Se sabe, puede observarse, cuán feo fue. Mas la fealdad, de suyo una objeción, entre los griegos es poco menos que una refutación. ¿Fue Sócrates de veras un griego? La fealdad es con harta frecuencia la expresión de una evolución trabada, inhibida por cruce de razas. O si no, aparece como evolución descendente. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo monstrum in fronte, monstrum in animo. Mas el delincuente es un décadent. ¿Sería Sócrates un delincuente típico? Ciertamente no desmentiría esta hipótesis ese famoso dictamen de un fisónomo que tanto escandalizó a los amigos de Sócrates. Un forastero entendido en fisonomías, de paso en Atenas, le dijo en la cara a Sócrates que era un monstrum, que llevaba en sí todos los malos vicios y apetitos. Y Sócrates se limitó a contestar: “¡Usted me conoce, señor!” Que Sócrates fue un décadent lo sugiere no sólo el admitido desenfreno y anarquía de sus instintos, sino también la superfetación de lo lógico y esa malicia de raquítico que lo caracteriza. No pasemos por alto tampoco esas alucinaciones auditivas que como “demonios de Sócrates” han sido interpretadas en un sentido religioso. Todo en él es exageración, buffo, caricatura; todo en él es al mismo tiempo oculto, solapado, furtivo. Trato de comprender la idiosincrasia de la que deriva esa ecuación socrática: razón igual a virtud igual a felicidad; es la ecuación más bizarra que pueda darse y que en particular está reñida con todos los instintos de los primitivos helenos. Con Sócrates, el gusto griego experimenta un vuelco en favor de la dialéctica; ¿qué significa esto, en definitiva? Significa, sobre todo, la derrota de un gusto aristocrático; con la dialéctica triunfa la plebe. Antes de Sócrates, la buena sociedad repudiaba las maneras dialécticas; éstas eran tenidas por malos modales y comprometían. Se prevenía contra ellas a la juventud. También se desconfiaba respecto a la forma de argumentar. Las cosas decentes, como las personas decentes, no llevan sus razones de esta manera en la mano. No es decoroso mostrar los cinco dedos. Lo que necesita ser probado, poco vale. Donde la autoridad forma todavía parte de las buenas costumbres y no se argumenta, sino se ordena, el dialéctico es una especie de payaso; la gente se ríe de él, no lo toma en serio. Sócrates fue el payaso que se hizo tomar en serio. ¿Qué significa esto, en definitiva? Sólo opta por la dialéctica quien no dispone de otro recurso. Sábese que ella despierta suspicacia; que tiene escaso poder de convicción. Nada hay tan fácil de borrar como el efecto de un dialéctico, según lo prueba la experiencia de cualquier reunión donde se habla. La dialéctica no puede ser más que un recurso de emergencia, en manos de personas que ya no poseen otras armas. Sólo quien tiene que imponer su derecho hace uso de ella. De ahí que los judíos fueran dialécticos, y lo fue el zorro de la fábula. Entonces, ¿lo sería también Sócrates? ¿Sería la ironía de Sócrates una expresión de rebeldía, de resentimiento plebeyo? ¿Goza él acaso, como oprimido, con la ferocidad propia de las cuchilladas del silogismo? ¿Se venga de las clases aristocráticas que fascina? Como dialéctico, uno maneja un instrumento implacable; con él puede dárselas de tirano; triunfando compromete. El dialéctico lleva a su contrincante a una situación donde le corresponde probar que no es un idiota; enfurece y reduce a la impotencia a un tiempo. Despotencia el dialéctico intelectualmente a su contrincante. ¿Será entonces la dialéctica de Sócrates una forma de la venganza? Emerson: Mucho más esclarecido, inquieto, polifacético y refinado que Carlyle; sobre todo, más feliz... Se alimenta instintivamente con ambrosía dejando lo indigesto de las cosas. En comparación con Carlyle, un hombre de buen gusto. Carlyle, quien lo apreciaba mucho, decía de él: “A nosotros no nos da bastante de comer”, observación que acaso sea cierta, pero no en detrimento de Emerson. Tiene éste esa alegría serena, afable y espiritual que desmonta toda seriedad; ignora lo viejo que es y lo joven que será aún; podía haber dicho de sí, repitiendo palabras de Lope de Vega: “Yo me sucedo a mí mismo.” Su espíritu siempre encuentra razones para estar contento y aun agradecido, y a veces roza la alegre y serena trascendencia de ese buen hombre que volvió de una cita de amor tanquam re tiene gesta: “Ut desint vires-dijo agradecido-, tamen est laudanda voluptas.” Anti-Darwin. Por lo que se refiere a la famosa “lucha por la existencia”, me parece, por lo pronto, más sostenida que demostrada. Se da, sí; pero como excepción. El aspecto total de la existencia no es el apremio, el hambre, sino, por el contrario, la riqueza, la abundancia y aun el derroche absurdo; donde se lucha, se lucha por poder... No se debe confundir a Malthus con la Naturaleza. Mas suponiendo que se dé esta lucha-y se da, en efecto-, su desenlace es, por desgracia, justamente el contrario del que desea la escuela darwinista, desfavorable a los fuertes, los privilegiados, los excepcionales. Las especies no progresan en el sentido del perfeccionamiento; una y otra vez los débiles dan cuenta de los fuertes, por ser la abrumadora mayoría y también por ser más inteligentes... Darwin se olvidó del espíritu (¡gesto típicamente inglés!). Los débiles tienen más espíritu... Hay que tener necesidad de espíritu para adquirir espíritu; se pierde si no se le necesita. Quien tiene la fuerza prescinde del espíritu (“¡déjalo!-se piensa ahora en Alemania-; el Reich ha de quedar” ... ). Como se ve, yo entiendo por espíritu la prudencia, la astucia, la paciencia, la simulación, el gran dominio de sí mismo y todo lo que es mimetismo (éste comprende gran parte de la llamada virtud). Casuística de sicólogo. He aquí un conocedor de los hombres; ¿para qué estudia a los hombres? Quiere asegurarse pequeñas o grandes ventajas sobre ellos; ¡es un político! ... Aquel otro también es un conocedor de los hombres y no con fines egoístas. ¡Miradlo más de cerca! ¡Tal vez busque incluso una ventaja más grave: la de sentirse superior a los hombres, tener derecho a mirarlos por encima del hombro, distanciarse de ellos. Este “impersonal” desprecia a los hombres; aquel otro es la más humana de las dos especies, aunque la evidencia parezca demostrar lo contrario, pues, al menos, trata a los hombres en un plano de igualdad, sintiéndose como uno de ellos... El tacto sicológico de los alemanes aparece puesto en tela de juicio por una serie de casos que mi modestia me impide enumerar. En un determinado caso no habrá de faltarme un magno motivo para fundamentar mi tesis: reprocho a los alemanes haberse equivocado con Kant y con la que yo llamo “filosofía de las traspuertas” ; esto ciertamente no fue un dechado de probidad intelectual. Otra cosa que me saca de quicio es el fatal “y”: los alemanes dicen “Goethe y Schiller”; temo que hasta digan “Schiller y Goethe”... ¿Todavía no se sabe quién fue Schiller? No es éste, por cierto, el “y” más grave; yo mismo he oído, en verdad que sólo de labios de profesores de Universidad, “Schopenhauer y Hartmann”... El cristianismo es también antitético de toda buena humana constitución espiritual, - sólo puede utilizar como razón cristiana la razón enferma, toma partido por todo lo idiota, lanza una maldición contar el “espíritu”, contra la superbia del espíritu sano. Dado que la enfermedad forma parte de la esencia del cristianismo, también el estado de ánimo típicamente cristiano, la “fe”, tiene que ser una forma de enfermedad todos los caminos derechos, honestos, científicos del conocimiento tienen que ser rechazados por la Iglesia como caminos prohibidos. Ya la duda es un pecado... La falta completa de limpieza psicológica en el sacerdote - que se delata en su mirada - es un fenómeno consecutivo de la décadense, - obsérvese en las mujeres histéricas y por otro lado, en los niños de constitución raquítica la regularidad con que la falsedad por instinto, el placer de mentir por mentir, la incapacidad de mirar y caminar de frente son expresiones de décadence. “Fe” significa no-querer-saber lo que es verdadero. El pietista, el sacerdote de ambos sexos es falso porque está enfermo: su instinto exige que en ningún punto la verdad obtenga su derecho. “Lo que pone enfermo es bueno; lo que viene de la plenitud, de la sobreabundancia, del poder, es malvado”: ése es el modo de sentir del creyente. La no-libertad de mentira. - en eso adivino a todo teólogo predestinado. - Otro rasgo distintivo del teólogo es su incapacidad para la filología. Por filología debe entenderse aquí, en un sentido muy general, el arte de leer bien, - el poder leer hechos sin falsearlos con interpretaciones, sin perder, por afán de comprender, la precaución, la paciencia, la sutileza. Filología como ephexis en la interpretación: trátese de libros, de novedades periodísticas, de destinos o de hechos meteorológicos, - para no hablar de la “salvación del alma”... El modo como el teólogo, lo mismo en Berlín que en Roma, interpreta una “palabra de la Escritura” o un acontecimiento, una victoria del ejercito de su patria, por ejemplo, a la luz superior de los salmos de David, es siempre tan audaz, que un filólogo, al ver eso se sube por las paredes. ¡Y qué hará cuando los pietistas y otras vacas de Suabia atavían esa mísera cotidianeidad y esa habitación llena de humo que es su existencia con el “dedo de Dios”, y la trasforma en un milagro de “gracia”, de “providencia”, de “experiencia de salvación”! Un dispendio, por modestísimo que fuera, de espíritu, para no decir de decencia, tendría que hacer ver a esos interpretes, sin embargo, la infantilidad e indignidad de tal abuso de la prestidigitación divina. Si tuviéramos en el cuerpo cierta cantidad, aunque fuera muy pequeña de piedad, un Dios que nos cura a tiempo del resfriado, o que nos hace subir al coche en el preciso instante en que se desencadena el aguacero, debería ser para nosotros un Dios tan absurdo, que, aunque existiese, habría que eliminarlo. Un Dios como criado, como cartero, como calendario, - en el fondo, una palabra para designar la especie más estúpida de todas las casualidades... La “divina providencia”, tal como continúa creyendo hoy en ella aproximadamente una tercera parte de la “Alemania culta”, sería una objeción tan fuerte contra Dios, que no se la podría imaginar mayor. ¡Y en todo caso, es una objeción contra los alemanes!... Me presentan a Richard y le digo algunas palabras de veneración; se interesa por saber con mucha exactitud cómo he conocido su musica, dice cosas terribles contra todas las reperesentaciones de sus obras, excepción hecha de aquellas famosas de Munich, se mofa de los directores que dicn con blandura a la orquesta: “Señores, ahora se hace apasionato”, “ queridos, ahora un poquitín más apasinonadamente”. Wagner se divierte en imitar el dialecto de Leipzig. Ahora te contaré con brevedad lo que nos trajo consigo aquella velada: goces de un genero tan específicamente excitantes que todavía hoy no he alcanzado a recobrarme... Antes y después de la comida, Wagner ejecutó todas las partes importantes de los Maestros Cantores, imitando todas las voces y haciendo todo con gran naturalidad. Es un hombre extraordinariamente vivaz y fogoso, que habla muy rápidamente, es muy ingenioso y en compañía tan intima se torna sumamente alegre. Tuve después con él un largo coloquio sobre Schopenhauer: comprenderás que placer fue para mí oírle hablar de él con un calor absolutamente indescriptible: qué le debía, por qué era el único filósofo que había comprendido la esencia de la música; se interesó después sobre la actitud de los profesores en relación con él, y se rió mucho del congreso de filosofía de Praga, y habló de los “siervos filosóficos”. Leyó luego un episodio muy divertido de su vida de estudiante en Leipzig, en el que todavía hoy no puedo pensar sin reírme; entre otras cosas, escribe con extraordinaria soltura e ingenio. Al fin, cuando estábamos por retirarnos, me estrechó con calor la mano y me invitó muy amigablemente a visitarle para hacer música y filosofía....

Estar más hambriento que león de circo.

Y tenía perfecta razón para entenderlo así; tanto más cuanto que, según me consta positivamente, Marx ignoró toda la obra literaria de Rodbertus hasta el año 1859 aproximadamente, en que su propia crítica de la economía política estaba ya perfilada, no sólo en líneas generales, sino incluso en cuanto a sus más importantes pormenores. Marx comenzó sus estudios económicos en París, en 1843, por los grandes ingleses; de los alemanes, sólo conocía a Rau y a List, y con ellos tenía de sobra. Ni Marx ni yo supimos una palabra de la existencia de Rodbertus hasta que en 1848 nos vimos en la necesidad de criticar, en la Neue Rheinische Zeitung, sus discursos como diputado renano y sus actos como ministro. Tan ignorantes estábamos de su persona, que hubimos de preguntar a los diputados renanos quién era aquel señor Rodbertus que aparecía convertido en ministro de la noche a la mañana. Pero tampoco ellos supieron revelarnos nada de sus trabajos económicos. En cambio, la Misére de la Philosophie, 1847, y las conferencias sobre Trabajo asalariado y capital pronunciadas en Bruselas en 1847 y publicadas en 1849 en los números 264–69 de la Neue Rheinische Zeitung, demuestran que Marx sabía ya perfectamente, por aquel entonces, sin necesidad de la ayuda de Rodbertus, no sólo de dónde proviene, sino también cómo "nace la plusvalía del capitalista". Fue allá por el año 1859 cuando Marx se enteró, por Lassalle, de que existía también un Rodbertus economista y cuando descubrió en el Museo Británico su "Tercera carta social". Saunas Barcelona Si enfocamos este proceso parcialmente, resultará inexplicable. Una parte de los capitalistas retiene una parte del dinero obtenido por la venta de su producto, sin retirar por ello producto alguno del mercando. En cambio, otra parte convierte todo su dinero en producto, con excepción del capital–dinero constantemente necesario para poder seguir explotando la producción. Una parte del producto que se lanza al mercado como portador de plusvalía está formado por medios de producción o por los elementos reales del capital variable, por artículos de primera necesidad. Puede, por tanto, utilizarse directamente para ampliar la producción. Pues no se da por supuesto, en modo alguno, que una parte de los capitalistas acumule capital–dinero mientras los demás consume. íntegramente su plusvalía, sino simplemente que una parte efectúa su acumulación en forma de dinero, forma capital–dinero latente, mientras que los demás acumulan de un modo efectivo, es decir, amplían la escala de producción, amplían realmente su capital productivo, La masa de dinero existente sigue siendo suficiente para cubrir las necesidades de la circulación, aun cuando una parte de los capitalistas se dedique alternativamente a acumular dinero, mientras la parte restante amplía la escala de producción, y viceversa. Además, la acumulación de dinero en uno de los lados puede llevarse a cabo sin que medie dinero contante, por la simple acumulación de créditos. Saunas BCN Pudiera decirse que en cierto sentido el siglo XIX también ha aspirado a todo aquello a que aspiró Goethe como persona: a la universalidad en la com­prensión, en la afirmación; al estar abierto a todas las cosas; a un realismo audaz, y al respeto reverente por todo lo existente. ¿Cómo el resultado total no es, a pesar de ello, un Goethe, sino el caos, la lamenta­ción nihilista, un desconcierto extremo, un instinto del cansancio que en la práctica impulsa constante­mente a retornar al siglo XVIII (por ejemplo, como romanticismo sensiblero, como altruismo e hipersen­timentalismo, como afeminación en el gusto, como so­cialismo en la política). ¿No es el siglo xix, sobre todo en sus postrimerías, mero siglo xviii robusteci­do, vulgarizado; esto es, un siglo de décadence? ¿De modo que Goethe sería para Alemania y para Europa apenas un incidente, un hermoso en vano? Pero a los grandes hombres se los entiende mal si se los enfoca bajo el ángulo mezquino de la utilidad pública. Que no se sepa sacar provecho de ellos acaso sea propiedad esencial de la grandeza... Saunas Pero la suma de estas dos partes de valor no forma el valor total de la mercancía. Queda un remanente sobre las dos: la plusvalía. Esta es, al igual que la parte del valor que resarce el capital variable adelantado en forma de salarios, un valor nuevo creado por el obrero durante el proceso de producción. Con la particularidad de que esta parte de valor no cuesta nada a quien se apropia el producto entero, al capitalista. Esta circunstancia permite al capitalista, en efecto, consumirla en su totalidad como renta, a menos que tenga que ceder algunas porciones de ella a otros copartícipes, como la renta del suelo al terrateniente, por ejemplo, en cuyo caso las partes cedidas constituyen rentas de las terceras personas beneficiadas. Dicha circunstancia es, además, el motivo propulsor que anima a nuestro capitalista a ocuparse de la producción de mercancías. Pero, ni esta mira suya inicial y bien intencionada, la mira de embolsarse plusvalía, ni el hecho de gastársela luego como renta solo o en unión de otras personas, afectan para nada a la plusvalía, como tal. No modifican en lo más mínimo el hecho de que se trata de trabajo cuajado no retribuido, ni modifican tampoco su magnitud, la cual se halla determinada por condiciones completamente distintas. girlsbarcelona Moral para sicólogos. ¡No practicar una sicología reporteril! ¡No observar nunca por el hecho de ob­servar! Conduce esto a una óptica falsa, a una pers­pectiva torcida, a una cosa forzada y exagerada. El experimentar como prurito de experimentar no sale bien. Quien experimenta no debe estar con los ojos fijos en sí, o si no, toda ojeada se convierte en “aoja­dura”. El sicólogo nato se cuida por instinto de ver para ver; lo mismo se aplica al pintor nato, quien no trabaja nunca “del natural”, sino que encomienda a su instinto, su cámara oscura, la tarea de cribar y exprimir el “caso”, la “Naturaleza”, la “experiencia”... Sólo lo general, la conclusión, el resultado, entra en su conciencia; no sabe de esa arbitraria deducción de caso particular. Prostitutas Madrid M'... M' es el único ciclo en que el valor–capital primitiva­mente desembolsado constituye solamente una parte del extremo con­ que se inicia el movimiento y en que éste se anuncia ya desde el primer momento como movimiento total del capital industrial: tanto de la parte del producto que resarce el capital productivo como de la parte que constituye el producto excedente y que, en la generalidad de los casos, se destina, en parte, a gastarse como renta y, en parte, a funcionar como elemento de la acumulación. En la medida en que la inversión de plusvalía como renta entre en este ciclo, en la misma medida entra también en él el consumo individual. Pero, además, éste queda incluido también en él por el hecho de que el punto de partida M, mercancía, existe ya como un artículo de uso cualquiera; y todo artículo producido con métodos capitalistas es un capital–mercancías, lo mismo sí su forma de uso está destinada al consumo productivo que sí está destinada al consumo individual, o a ambas cosas o a la vez. D... D' sólo indica aquí el lado del valor, la valorización del capital desembolsado, como finalidad de todo proceso; P... P (Y) el proceso de producción del capital como proceso de reproducción, permaneciendo idéntica o aumentando la magnitud del capital productivo (acumulación) ; M'... M' abarca desde el primer momento el consumo productivo y el individual, puesto que ya en su extremo inicial se manifiesta como norma de la producción capitalista de mercancías; el consumo pro­ductivo y la valorización que en él se encierra aparece solamente como una rama de su movimiento. Finalmente, como puede ocurrir que M' exista bajo una forma de uso no susceptible de entrar nueva­mente en un proceso cualquiera de producción, queda dicho desde el primer momento que las diversas partes integrantes del valor de M' expresadas en partes del producto tienen que ocupar un lugar distinto según que M'... M' aparezca como forma del movimiento del capital social en conjunto o como movimiento independiente de un capital industrial individual. En todas estas características que le distinguen, este ciclo no queda nunca encerrado dentro de sí mismo, como ciclo aislado de un capital meramente individual. valencia prostitutas Hemos visto, al estudiar la rotación, que, en igualdad de circunstancias, al cambiar la duración de los períodos de rotación, cambian también las masas de capital–dinero necesarias para mantener la producción en la misma escala. Por consiguiente, la elasticidad de la circulación de dinero deberá ser lo bastante grande para adaptarse a estas alternativas de expansión y contracción. masajes Glosa de Marx (manuscrito p. 256): "En este pasaje, A. Smith presenta lisa y llanamente la renta del suelo y la ganancia del capital como simples deducciones hechas sobre el producto del obrero o sobre el valor de su producto, e iguales a la cantidad de trabajo añadida por él a las materias primas. Pero esta deducción sólo puede consistir, como el propio A. Smith pone en claro con anterioridad, en la parte del trabajo que el obrero añade a las materias primas después de cubrir la cantidad de trabajo que su salario se limita a resarcir o arroja un equivalente de éste; dicho en otros términos, no puede consistir más que en plusvalía, en trabajo no retribuido." Escorts Es cierto que aquí no podemos eludir esta otra pregunta: ¿qué le importaba a él en realidad aquella varonil (ay, tan poco varonil) «candidez campesina», aquel pobre diablo, aquel agreste muchacho llamado Parsifal, al que acabó por hacer católico con medios tan pérfidos? ––¿cómo?, ¿fue to­mado en serio en absoluto el tal Parsifal? Se podría, en efec­to, estar tentado a suponer lo contrario, e incluso a desear­lo, ––que el Parsifal wagneriano estuviese tomado en broma, como epílogo y como drama satírico, por así decirlo, con el cual el Wagner trágico habría querido despedirse de noso­tros, también de sí mismo, y ante todo de la tragedia, de una manera realmente conveniente y digna de él, a saber, con un exceso de suprema y traviesísima parodia de lo trágico, pa­rodia de toda la espantosa seriedad y desolación terrenas de otro tiempo, parodia de la forma más grosera finalmente superada, que hay en la antinaturaleza del ideal ascético. Como he dicho, esto hubiera sido cabalmente digno de un gran trágico; el cual, como todo artista, alcanza la última cumbre de su grandeza tan sólo cuando sabe verse a sí mis­mo y a su arte por debajo de sí, cuando sabe reírse de sí. ¿Es el «Parsifal» de Wagner su secreto reírse, por superioridad, de sí mismo, el triunfo de su última, suprema, conquistada liber­tad de artista, de su más––allá del artista? Quisiéramos desear­lo, como ya he dicho: pues ¿qué sería el Parsifal tomado en se­rio? ¿Es realmente necesario ver en él (como se ha dicho en contra mía) «el engendro de un enloquecido odio contra el conocimiento, el espíritu y la sensualidad»? ¿Una maldición lanzada contra los sentidos y contra el espíritu en un único odio y un único aliento? ¿Una apostasía y una conversión a los ideales cristianamente morbosos y oscurantistas? ¿Y, en fin, incluso un negarse––a––sí––mismo, un borrarse––a––sí––mismo por parte de un artista que hasta ese instante había pretendido, con todo el poder de su voluntad, lo contrario, es decir, la su­prema espiritualización y sensualización de su arte? Y no sólo de su arte: también de su vida. Recuérdese el entusiasmo con que, en su tiempo, siguió Wagner las huellas del filósofo Feuerbach 70: en los años treinta y cuarenta la frase de Feuer­bach acerca de la «sana sensualidad» resonó para Wagner, igual que para muchos alemanes (se llamaban a sí mismos los «jóvenes alemanes»), como una palabra de redención. ¿Aca­bó Wagner por cambiar de doctrina sobre esto? Pues al menos parece que acabó por querer enseñar lo opuesto....71 Y no sólo con las trompetas de Parsifal, desde lo alto del escenario: ––en la turbia actividad literaria de sus últimos años, tan poco li­bre como desconcertada, hay cien pasajes en los que se dela­tan un secreto deseo y una secreta voluntad, una acobardada, insegura, inconfesada voluntad de predicar propiamente la vuelta atrás, la conversión, la negación, el cristianismo, la Edad Media, y de decir a sus discípulos: «¡Todo esto no es nada! ¡Buscad la salvación en otra parte!» Incluso en una ocasión es invocada la «sangre del Redentor. ..»72. Chicas de compañía en Euskadi en cambio, si se produce antes de la realización de M' – D, la baja del precio del algodón, siempre y cuando que las demás circunstancias permanezcan invariables, determinará una baja proporcional del precio de los hilados y, a la inversa, un alza de aquél, el alza correspondiente de éste. La acción ejercida sobre los distintos capitales individuales invertidos en la misma rama de producción puede ser muy distinta, según las distintas circunstancias en que operen. La disponibilidad o la vinculación del capital–dinero pueden responder, asimismo, a las diferencias de duración del proceso de circulación y también, por tanto, al ritmo circulatorio. Esto lo veremos, sin embargo, cuando estudiemos lo referente a la rotación. Lo único que aquí nos interesa es la distinción real que se manifiesta, con respecto al cambio de valor de los elementos del capital productivo, entre D... D' y las otras dos formas del proceso cíclico. putas de lujo en Madrid El que d, la plusvalía convertida en dinero, se incorpore de nuevo, inmediatamente, al valor del capital en proceso para que de este modo pueda entrar en el proceso cíclico con la magnitud D` en unión del capital D, depende de circunstancias independientes de la mera existencia de d. Si se trata de emplear a d como capital–dinero en un segundo negocio independiente del otro, es evidente que para ello deberá ascender a la cuantía mínima que ese negocio requiere. Si de lo que se trata es de ampliar el negocio primitivo, hay que tener en cuenta, asimismo, que las condiciones de los factores materiales de P y su proporción de valor deberán reunir también una determinada cuantía mínima con respecto a d. Todos los medios de producción que operan en este negocio guardan entre sí no sólo una determinada relación cualitativa, sino también una determinada relación cuantitativa, un volumen proporcional. Estas proporciones materiales y las correspondientes relaciones de valor de los factores que entran en el capital productivo, determinan el volumen mínimo que debe tener d para poder invertirse en medios adicionales de producción y en fuerza adicional de trabajo, o en los primeros solamente, como incremento del capital productivo. Así, por ejemplo, el industrial hilandero no puede aumentar el número de sus husos sin adquirir al mismo tiempo el número correspondiente de cardadores y de aparatos de preparación de hilado, aparte del aumento de inversión en algodón y en salarios que esta ampliación del negocio supone. Por eso, para poder llevar a cabo esta ampliación, es necesario que la plusvalía ascienda ya a una suma regular (1 libra esterlina por cada huso nuevamente adquirido, es lo que suele calcularse). Mientras d no alcance esta cuantía mínima, el ciclo del capital tendrá que repetirse varias veces, hasta que la suma de los d sucesivamente creados por él pueda funcionar en unión de D es girlsbcn Donde hace falta la fe. Nada hay tan raro entre moralistas y santos como la probidad; tal vez afirmen lo contrario y es posible que hasta lo crean. Pues cuando creer es más útil, eficaz y convincente que fingir de modo consciente, el fingimiento, por instin­to, no tarda en tornarse inocencia: tesis capital para la comprensión de los grandes santos. También en el caso de los filósofos, tipo diferente de santos; es un “gaje del oficio” eso de admitir solamente determi­nadas verdades, esto es, aquellas en base a las cuales su oficio cuenta con la sanción pública; en el lenguaje de Kant: verdades de la razón práctica. Saben lo que deben demostrar; en esto son gente práctica; el acuer­do sobre “las verdades” es el signo por el cual se reconocen. “No mentirás” significa, en definitiva: cui­dado, señor filósofo, con decir la verdad... www.carlabcn.com

Montarle un cirio a alguien.

Como en M'... M' el punto de partida es el producto total (el valor total), resultará que aquí (prescindiendo del comercio ex­terior) sólo puede operarse la reproducción en escala ampliada, siem­pre y cuando que la productividad permanezca idéntica, si en '.a parte del producto excedente destinada a ser capitalizada se encierran ya los elementos materiales del capital productivo adicional; es decir, que, siempre que la producción de un año sirva de premisa a la del siguiente o siempre que esto pueda realizarse dentro del año simultáneamente con el proceso de la reproducción simple, cabe producir inmediatamente producto excedente bajo una forma que le permita actuar como capital adicional. Si la productividad aumenta, no hará más que aumentar la materia del capital, sin que aumente su valor; pero, con ello, suministrará el material adicional necesario para la valorización. Masajes sensuales en Barcelona A. Smith 6 ha expuesto la peregrina opinión de que el almacenamiento constituye un fenómeno peculiar de la producción capitalista. Ciertos economistas modernos, por ejemplo Lalor, afirman, por el contrario, que disminuye a medida que se desarrolla la producción capitalista. Sismondi lo considera incluso como uno de los lados negativos de ésta. acompañante independiente Los elementos–mercancias T y Mp que forman el capital pro­ductivo P no presentan, como modalidades de existencia de éste, la misma forma con que aparecen en los distintos mercados de mer­cancías en que hay que adquirirlos. Aquí, aparecen reunidos y esta unión les permite actuar como capital productivo. www.girlsbcn.org Todavía en los últimos decenios del siglo XVII, la yeomanry, clase de campesinos independientes, era más numerosa que la clase de los colonos. La yeomanry había sido el puntal más firme de Cromwell y el propio Macaulay confiesa que estos labradores ofre­cían un contraste muy ventajoso con aquellos hidalgüelos borrachos y sus lacayos, los curas rurales, cuya misión consistía en meterle al señor en casa la “rnoza predilecta”. Todavía no se había despojado a los jornaleros del campo de su derecho de copropiedad sobre los bienes comunales. Alrededor de 1750, desapareció la yeomanry 13 y en los últimos decenios del siglo XVIII se borraron hasta los últimos vestigios de propiedad comunal de los braceros. Aquí, prescindimos de los factores puramente económicos que intervinieron en la revolución de la agricultura y nos limitamos a indagar los factores de violencia que la impulsaron. www.girlsbilbao.com Por tanto, al alargar la jornada de trabajo, la producción capitalista, que es, en sustancia, producción de plusvalía, absorción de trabajo excedente, no conduce solamente al empobrecimiento de la fuerza humana de trabajo, despojada de sus condiciones normales dé desarrollo y de ejercicio físico y moral. Produce, además, la extenuación y la muerte prematuras de la misma fuerza de trabajo.73 Alarga el tiempo de producción del obrero durante cierto plazo a costa de acortar la duración de su vida. prostitutas marbella Para impedir la aplicación íntegra de la ley, al llegar el 1 de mayo de 1848, el capital emprendió una campaña provisional. Se aspiraba a que fuesen los mismos obreros aleccionados al parecer por la experiencia, los que ayudasen a destruir su propia obra.. El momento había sido hábilmente elegido. "Conviene recordar que la espantosa crisis de 1846–47 había sembrado la miseria entre los obreros fabriles, pues muchas fábricas trabajaban a media jornada y otras se cerraron por completo. Un número considerable de obreros se encontraba, a consecuencia de esto, en una situación muy difícil, y muchos agobiados de deudas. Había, pues, razones para suponer con bastante certidumbre que se decidirían a trabajar más tiempo, para poder reponerse de las pérdidas sufridas, para saldar las deudas contraídas, sacar los muebles de la casa de empeños, reponer los cuatro trapos vendidos o adquirir nuevas prendas para sí y sus familiares."110 Los señores fabricantes procuraron acentuar todavía más el efecto natural de estas circunstancias mediante una rebaja general de jornales del 10 por ciento. Era algo así como la fiesta de consagración de la nueva era librecambista. A esto, siguió una nueva rebaja del 8 y medio por ciento, al reducirse la jornada de trabajo a 11 horas, y del doble al implantarse la jornada definitiva de 10. Por tanto, allí donde las circunstancias lo consentían de algún modo, se impuso una rebaja de salarios del 25 por ciento cuando menos.111 Después de preparar el terreno de este modo tan favorable, se comenzó a hacer campaña entre los obreros para pedir la revocación de la ley de 1847. No se perdonó ni un solo medio, ni el engaño, ni la seducción, ni la amenaza; pero todo fue en vano. Los obreros llegaron a elevar una media docena de mensajes quejándose de los "perjuicios que les causaba la ley"; pero, luego, al ser oídos verbalmente, los peticionarios declararon que las firmas les habían sido arrancadas por la fuerza. "Que la opresión de que eran víctimas no procedía precisamente de la ley fabril."112 Los fabricantes, en vista de que no conseguían hacer hablar a los obreros a su gusto, levantaban el grito, en la prensa y en el parlamento, en nombre de los trabajadores. Denunciaban a los inspectores de fábrica como hermanos de aquellos comisarios de la Convención, que sacrificaban cruelmente a los infelices obreros a sus quimeras de redención universal. Pero, también esta maniobra fracasó. El inspector de fábrica Leonhard Horner recibió, en persona y por medio de sus subinspectores, numerosas declaraciones testifícales en las fábricas de Lancashire. Hacia un 70 por 100 de los obreros a quienes se tomó declaración se mostraron partidarios de la jornada de 10 horas, una proporción mucho menor abogó por la jornada de 11 horas y una minoría insignificante por las 12 del régimen antiguo.113 masajista barcelona La reproducción simple no es más que la repetición periódica de, esta primera operación, consistente en convertir, una vez y otra, el dinero en capital. Por tanto, lejos de violarse la ley, lo que se hace es aplicaría con carácter permanente. “Varios actos de cambio engarzados los unos a los otros, no hacen más que convertir al último en representante del primero.” (Sismondi, Nouveaux Principes, etc., p. 70.)

IV. Los tiempos de trabajo necesarios respectivamente para producir el lienzo y la levita, y por tanto sus valores, pueden cambiar al mismo tiempo y en el mismo sentido, pero en grado desigual, en sentido opuesto, etc. Para ver cómo todas estas posibles combinaciones influyen en el valor relativo de una mercancía, no hay más que aplicar los casos I, II y III. contactos alicante ¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto como reviste forma de mercancía? Procede, evidentemente, de esta misma forma. En las mercancías, la igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor de los productos del trabajo, el grado en que se gaste la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo. saunas bilbao Es evidente que, al progresar la maquinaria, y con ella la experiencia de una clase especial de obreros mecánicos, aumenta, por impulso natural, la velocidad y, por tanto, la intensidad del trabajo. En Inglaterra, la prolongación de la jornada de trabajo avanza durante medio siglo paralela y conjuntamente con la intensidad del trabajo fabril. Sin embargo, pronto se comprende que, en un trabajo en que no se trata de paroxismos pasajeros, sino de una labor uniforme y rítmica, repetida día tras día, tiene que sobrevenir necesariamente un punto, un nudo, en que la prolongación de la jornada de trabajo y la intensidad de éste se excluyan recíprocamente, de tal modo que la primera sólo pueda conciliarse con un grado más débil de intensidad y la segunda sólo sea variable acortando la jornada de trabajo. Tan pronto como el movimiento creciente de rebeldía de la clase obrera obligó al estado a acortar por la fuerza la jornada de trabajo, comenzando por dictar una jornada de trabajo normal para las fábricas; a partir del momento en que se cerraba el paso para siempre a la producción intensiva de plusvalía mediante la prolongación de la jornada de trabajo, el capital se lanzó con todos sus bríos y con plena conciencia de sus actos a producir plusvalía relativa, acelerando los progresos del sistema maquinista. Al mismo tiempo, se produce un cambio en cuanto al carácter de la plusvalía relativa. En general, el método de producción de la plusvalía relativa consiste en hacer que el obrero, intensificando la fuerza productiva del trabajo, pueda producir más con el mismo desgaste de trabajo y en el mismo tiempo. El mismo tiempo de trabajo añade al producto global, antes y después, el mismo valor, aunque este valor de cambio invariable se traduzca ahora en una cantidad mayor de valores de uso, disminuyendo con ello el valor de cada mercancía. Mas la cosa cambia tan pronto como la reducción de la jornada de trabajo impuesta por la ley, con el impulso gigantesco que imprime al desarrollo de la fuerza productiva y a la economía de las condiciones de producción, impone a la par un desgaste mayor de trabajo durante el mismo tiempo, una tensión redoblada de la fuerza de trabajo tupiendo más densamente los poros del tiempo de trabajo, es decir, obligando al obrero a condensar el trabajo hasta un grado que sólo es posible sostener durante una jornada de trabajo corta. Esta condensación de una masa mayor de trabajo en un período de tiempo dado, es considerada ahora como lo que en realidad es, como una cantidad mayor de trabajo. Por tanto, ahora hay que tener en cuenta, además de la medida del tiempo de trabajo como "magnitud extensa", la medida de su grado de condensación.71bis 10 La hora intensiva de una jornada de trabajo de diez horas encierra tanto o más trabajo, es decir, fuerza de trabajo desgastada, que la hora más porosa de una jornada de doce horas de trabajo. Por tanto, el producto de la primera tiene tanto o más valor que el producto de la hora y 1/5 de hora de la segunda jornada. Prescindiendo del aumento de plusvalía relativa al intensificarse la fuerza productiva del trabajo, tenemos que ahora 3 y 1/3 horas de trabajo excedente, por ejemplo, contra 6 2/3 horas de trabajo necesario, suministran al capitalista la misma masa de valor que antes 4 horas de trabajo contra 8 horas de trabajo necesario. www.academialloret.com En 1865, se incorporan a la rúbrica de “prados” 127,470 acres, lo cual se debe principalmente a que disminuye en 101,543 acres la extensión de tierras clasificadas como “tierras yermas esté­riles y bog (turberas)”. Si comparamos el año 1865 con el de 1864, vemos que la cosecha de cereales disminuye en 246,667 quarters: 48,999 de trigo, 166,605 de avena, 29,892 de cebada, etc.; disminución de la cosecha de patatas, a pesar de haber aumen­tado en 1865 el área de este cultivo, 446,398 toneladas, etc. (véase cuadro C). flyers El capitalista compra la fuerza de trabajo por su valor diario. Le pertenece, pues, su valor de uso durante una jornada, y con él, el derecho a hacer trabajar al obrero a su servicio durante un día. Pero, ¿qué se entiende por un día de trabajo?2 Menos, desde luego, de un día natural. ¿Cómo cuánto menos? El capitalista tiene sus ideas propias en punto a esta última Thule, a esta frontera necesaria de la jornada de trabajo. Como capitalista, él no es más que el capital personificado. Su alma es el alma del capital. Y el capital no tiene más que un instinto vital: el instinto de acrecentarse, de crear plusvalía, de absorber con su parte constante, los medios de producción, la mayor masa posible de trabajo excedente.3 El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa. El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el que el capitalista consume la fuerza de trabajo que compró.4 Y el obrero que emplea para sí su tiempo disponible roba al capitalísta.5 discotecas en madrid Bajo la forma del trabajo del sastre, como bajo la forma del trabajo del tejedor, se despliega fuerza humana de trabajo. Ambas actividades revisten, por tanto, la propiedad general de ser trabajo humano, y por consiguiente, en determinados casos, como por ejem­plo en la producción de valor, sólo se las puede enfocar desde este punto de vista. Todo esto no tiene nada de misterioso. Pero al llegar a la expresión de valor de la mercancía, la cosa se invierte. Para expresar, por ejemplo, que el tejer no crea el valor del lienzo en su forma concreta de actividad textil, sino en su modalidad general de trabajo humano, se le compara con el trabajo del sastre, con el trabajo concreto que produce el equivalente del lienzo, como forma tangible de realización del trabajo humano abstracto. guia ocio españa Apruebo su idea de editar por entregas la traducción de El Capital. http://www.pisobcn.com 58 Morning Star de 23 de junio de 1863. El Times aprovechó el episodio para defender a los esclavistas norteamericanos contra Bright y compañía. Muchos entre nosotros – dice – piensan que, mientras matemos trabajando a nuestras muchachas, torturándolas con el azote del hambre, aunque no sea con el restallido del látigo, nadie tiene derecho a atacar a sangre y fuego a familias que han nacido esclavistas, pero que, por lo menos, alimentan bien y hacen trabajar moderadamente a sus esclavos." (Times del 2 de julio de 1863.) En términos parecidos polemizaba el Standard, periódico tory, contra el rev. Newman Hall: "Excomulga a los esclavistas, pero reza con esos honrados caballeros que hacen trabajar 16 horas diarias por un mísero jornal a los cocheros y conductores de ómnibus de Londres, etc. "Por último, habló el oráculo, Mr. Thomas Carlyle, de quien ya en 1850 hube de escribir yo: el genio se lo ha llevado el diablo; lo único que ha quedado es el culto." En una breve parábola, reduce el único acontecimiento grandioso de la historia contemporánea, la guerra norteamericana de Secesión, a una rencilla entre el Pedro del Norte y el Pablo del Sur, porque aquél "alquila" a sus obreros "por días" y éste los "alquila de por vida" (MacMillan,s Magazine, Ilias Americana in nuce. Cuaderno de agosto de 1863 [p. 3011). Así fue como estalló, por fin, la bomba de jabón de la simpatía tory por el proletariado del campo – no por el de la ciudad, ¡Dios nos libre! – Y ya se ve lo que tenía dentro: la esclavitud.

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